En Bachillerato mi profesor de filosofía nos enseñó una fábula de Fedro, un esclavo que ganó la libertad por plantarle cara a su amo que, si mal no recuerdo, era el mismo Augusto. La historia era corta, cosa que es de agradecer porque estaba en latín, y trataba sobre una zorra que se acercó a un elevado viñedo porque estaba hambrienta, pese a saltar con todas sus fuerzas, no consiguió llegar hasta el fruto y cuando desistió se marchó del lugar diciendo: "Las uvas están verdes y no quiero comerlas ácidas." Pero lo más importante de este pequeño cuento era la moraleja, que concluía con lo siguiente: "Qui facere quae non possunt verbis elevant, adscribere hoc debebunt exemplum sibi." Lo que viene a significar que "quienes quitan valor con sus comentarios a las cosas que ellos no pueden hacer, deben aplicarse este cuento a sí mismos".
Supongo que eso fue lo que le pasó a Tejero y sus camaradas (por llamarlos de una manera educada) aquel 23 de Febrero. Intentaron arrancar lo que había costado tanto sudor, y tanta sangre, hacer que madurara. Entraron en la casa del pueblo a base de violencia y malos modos, demostrando el espíritu de la España antagónica que defendían. Cuando vieron que la torre ya era demasiado alta para derribarla dieron la vuelta con el rabo entre las piernas, como la zorra de nuestra historia. Al igual que Febro el pueblo español ganó aquel día su derecho a la democracia, a la igualdad de condiciones y sin más derramamientos de glóbulos rojos, sin más aquí se hacen las cosas "por mis cojones".
Siempre que veo las imágenes, porque en 1981 yo no era ni proyecto, me quedo con la actitud de Gutiérrez Mellado, un setentón de derechas, un militar de toda la vida plantándole cara con su dedo índice a veinte metralletas. Es posible que sea el símbolo del proceso democrático, el corte de manga a la derecha más rancia y la apertura hacia una nueva España, un estado de derecho libre e igualitario. Porque aquel día la derecha democrática plantó cara como aquel señor y demostró que también había sido oprimida durante muchos años. Porque aquel día solo importaba una cosa, espantar a la zorra para siempre y que no volviera nunca más.
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