Amanece un día más en Madrid, el otoño ya avisa a las bufandas que empiezan a hacer pasarela por las calles de la capital. En la zona de las Cortes junto al Congreso de los Diputados, por Neptuno, todo es un hervidero ya. El olor a porras se mezcla con los pitidos y las prisas de la calle, los bares crean un popurrí de humo y café entre corbatas y cascos de moto. Añejo y castizo, el Bar Miguel (llamémosle así) abre como ha hecho toda la vida, a la misma hora para la misma gente. Fachada de madera verde, con cristales color sepia y puerta de doble hoja presidida por una leyenda: DESDE 1910.
Pero bueno qué hacemos fuera, entremos dentro que a este paso nos vamos a quedar helados. El local es clásico, algunas mesas al fondo llenas de personas y desayunos varios. La barra es oscura, larga y alta, con un apoyabrazos de color dorado raído que le da un toque señorial a la estampa. El suelo es rojizo, da la sensación de ser el mismo que se puso cuando se montó el local, como si las inclemencias de las pisadas, cenizas, serrín y múltiples lejías no le hayan pasado mucha factura. Allí está don Santiago, en la esquina de la barra donde siempre coloca su bastón, con la copa de anís hasta la raya roja por la hipertensión y el ABC junto al AS más que leídos y repasados a su vera, es la típica persona que siempre se sienta en el mismo sitio en los bares y que si te fijas parece que nunca paga. Dentro Miguelín, el dueño tras la jubilación de su tío, un cincuentón bajito con cara redonda y rosada, casi a juego con el piso. Faenado, agobiado y, hoy, claramente acatarrado, siempre con cara de pocas ganas, debe de ser del Atleti o gustarle Sabina.
No pasan ni cinco minutos cuando entra el primer diputado, don Adolfo Rosales de Encinas (llamémoslo así) impecable como siempre, luce un elegante traje gris marengo de raya diplomática, corbata roja y unos zapatos derby. El pelo corto, grisáceo y un bigote a lo Paul Newman en El Color del Dinero, por su pinta debe saber qué tonalidad tiene este. Avanza y se sienta, mientras deja las llaves del BMW encima de la barra y una moneda de 2 euros, se puede entrever un precioso Rolex en su muñeca.
-Buenos días. Don Santiago.- El viejo responde con una mueca en la cara sin mucho entusiasmo.
-¿Lo de siempre don Adolfo?- Pregunta Miguelín.
-Un carajillo, unas porras y El Mundo, por favor.-
La experta habilidad del camarero, le permite tener su pedido listo en menos de dos movimientos del minutero de su lujoso reloj suizo. Mientras remueve el carajillo saca un cigarro de la chaqueta y lo humedece con el líquido, va ojeando la portada del diario El Mundo, enciende el pitillo y a las porras no les presta atención, cuestión de costumbres.
Al poco se vuelve a abrir la puerta y entra la segunda señoría de la mañana, Jose Antonio Hierro (llamémosle así) tiene toda la pinta de un anarquista ruso del siglo XIX, melena desaliñada al gusto de la moda, patillas largas y anchas a lo Franz Beckenbauer en la final contra la Naranja Mecánica de Cruyff. Lleva puesta una chaqueta de pana color marrón oliva que emocionaría al propio Felipe González, una camisa de cuadros, unos pantalones chinos oscuros y mocasines con bordones. Suelta el casco de su Vespa en un taburete y pone 2 euros encima de la barra, con un gesto tosco de la palma de sus manos.
-Hola Miguelín. Buenos días don Santiago.- El viejo hace la misma mueca que con el anterior, parece que la tenga ensayada.
-¿Qué le apetece hoy señor Hierro?- Pregunta Miguelín.
-Un descafeinado de máquina con sacarina, media tostada de integral con aceite y tomate y El País, si puede ser.- A los pocos minutos, tiene su desayuno encima de la barra.
-Hombre Adolfo, que descuidado soy, no te había visto. ¿Qué haces tú por aquí a estas horas? ¿No entras a votar los presupuestos?- pregunta con sorna el "joven".
-Bueno, digamos que desde el 23F no me gusta entrar muy temprano, no vaya a ser que me pille dentro.- Contesta Adolfo, con pocas ganas.
-¿Tantos años llevas aquí? Desde el 23F... Debes ser de la generación del alcalde de Valladolid entonces.-
-No, soy de la de Pepe Blanco, pero sin plumero.-
-¿Qué te han parecido las declaraciones del alcalde?-
-Bueno, son comparables a las de Alfonso Guerra en su momento.-
-Los de la vieja guardia nunca olvidáis.-
-¿Y a usted qué le parece cómo está el país? El 30% de los jubilados viven bajo el umbral de pobreza.-
-Bueno, ya sabes, hay épocas y épocas, unas con más valores y otras con menos.-
-Claro, como los valores de su camarada andaluz.-
-¿Qué camarada?-
-El vicesecretario andaluz, un señor con valores. Ha dimitido porque se han encontrado unos 700.000 € en subvenciones, para la empresa de su mujer. Muy poco inteligente eso de guardar el dinero en la caja de la trastienda.-
-Bueno, quizás debería haberle preguntado a algún colega valenciano suyo dónde guardarlo.-
De repente Miguelin, harto de este absurdo e infantil partido de tenis improvisado y con un dolor de cabeza creciente, debido al resfriado, entra en la conversación:
-¿Y qué opinan ustedes del niño de 14 años que mataron a sangre fría unos soldados marroquíes anteayer en el Sahara?
-Esto... me tengo que ir a votar los presupuestos, buenos días les dé Dios.- Dice Adolfo, saliendo como alma que lleva el diablo.
-Yo también, que llego tarde, a más ver.- Responde Pedro siguiendo la estela de su colega de profesión.
-Tenía usted razón don Santiago, es nombrarle el Sahara a un político y salen volando.-
-Asi llevo toda mi vida sin pagar un anisete Miguelín, anda lléname y te cuento otro truco.-
-Sabe usted más que Cánovas del Castillo, don Santiago.-
-Más que los leones Miguelín, más que los leones...-