miércoles, 14 de abril de 2010

Marqués del Bufonado, payaso de Andalucía.

Sentencia un refrán castellano, más viejo que la cruz de Santiago, que "al mal tiempo buena cara" y esto me recuerda a todos los tópicos andaluces que aquí, a diferencia de en otros sitios, son fáciles de encontrar. Cuando lo pienso me da rabia y me hace gracia a la vez, supongo que mi subjetividad sobre este tema provoca esta reacción, pero ver a ciertas personas hablando de "su Andalucía", de ese señorío y esa grandeza inventada a base de llenárseles la baba de manzanilla en los reales de las ferias, es algo que me saca una carcajada pero me entristece a la vez.

Hablan de nuestra tierra con el mismo poco sentido que les precede el no haberla tenido entre sus manos, de sol a sol y con un paupérrimo jornal, y la venden por unas copas como si de las monedas de Judas se tratara. Qué gracioso y lejano les sonará esto que digo a algunos, con lo bonito que queda eso de "desde sus bastas serranías, pasando por sus bellas campiñas hasta llegar al inmenso precipicio de la mar", que ellos llaman el mar o, en su defecto la playa, porque lo único que han hecho allí es tostar sus pieles con bronceador. Y es que muchos no se dan cuenta que fuera de esos poéticos latifundios hay una forma de vernos en la que solo representamos la pandereta y los trajes de lunares, somos unos incomprendidos por haber nacido en un tercer mundo llamado Andalucía y, la verdad, es que al parecer nos lo merecemos.

Si más de uno levantara la cabeza se moría del susto, de ver que todo por lo que luchó ha caido en saco roto. No hace mucho que aquí, en la baja Andalucía, los días empezaban al alba con un pico y una pala encima del hombro y las manos estaban llenas de callos y de rabia contenida, y si no había dónde trabajar los humildes analfabetos hacían el hatillo para irse al extranjero, a ganarse la vida y un mísero dinero que mandar a sus madres o mujeres, para echarle un poco de pescado al agua con cebolla que comían sus familias, mientras ellos recordaban su tierra y sus costumbres, entre suspiros se sentían fuera de lugar y envidiaban la estabilidad de las democracias europeas, que los trataban como a bestias de carga y los echaban con una patada en cuanto sus contratos temporales expiraban. Pero el incrédulo andaluz siempre estuvo ahí para dar mano de obra y dinero al Estado, como el perro que es abandonado por su amo y, por no entenderlo, siempre vuelve pese al maltrato de su dueño, mientras que la España que hoy lucen muchos en el pecho, lo único que hacía era ser un cacique más entre tantos y, lecciones de la historia, a la vuelta de hoja eso es lo que intenta aparentar más de uno de esos "señoritos andaluces" hoy día.

Hoy me pongo el único traje que tengo, que el lunes hay que ir de punta en blanco, para el martes y el miércoles, por si acaso, me he comprado un par de chaquetitas claras y un clavel, así nadie se da cuenta de que repito el pantalón, y el jueves cuando no me quede ni un duro digo que me voy a la playa aunque me quede encerrado en mi casa, que el fin de semana se atesta de catetos y yo que soy un clasista, no soy amante de mezclarme con los de pueblo, aunque mi abuelo se crió entre cabras, pero bueno, eso nadie lo sabe. Ahora me engomino el pelo y me arreglo las patillas, bien larguitas, tanto como mi ignorancia y vámonos para el real, pero bien pronunciado, no vaya a ser que los madrileños piensen que soy un paleto, que cuando me gaste los 20 euros me tienen que invitar a las copas, en fin, lo arreglaré con algún chiste de curas, que a bufón no me gana nadie, payaso pero con señorío, que para eso voy de etiqueta.

Y en el real ya está el señorito apoyado en la puerta de la caseta para que lo vean los turistas y le hagan una foto, pero tú aquí no entras que esto es privado y yo por esta época soy un elitista, todo esto aderezado con su copita de manzanilla que está malísima pero el rebujito es de obreros. La conversación estrella son los toros aunque la plaza no la hayan visto nada más que en fotos o pidiendo un préstamo, todo esto sin moverse del sitio, como a puerta gallola que eso es "mu sentío", cuando se aburre suelta algo de la semana santa, puede que no haya ido a la iglesia desde su primera comunión, si es que la ha hecho, pero bueno es lo que pega cuando estás de feria. Y cuando ya está calentito entra a bailar sevillanas que, irónicamente, hablan de cómo pasa la vida, "qué de arte tiene er tio" pero con cuidado, eso siempre, no vaya a ser que se despeine y cuando tenga que engañar a alguna tonta no tenga buena presencia, aunque el alcohol en esto ayuda porque despierta la lengua andalusí, pero sin mancharse nada, que el pantalón hay que usarlo mañana y castellanos no tiene otros.

Y debe de ser verdad eso que decían los castellanos, no los zapatos sino las personas, pensar que aquí todo va bien aunque sea mentira, será que es muy del sur y por eso le hacemos gracia a los de afuera, no solo a los "guiris", que en las ferias hay muchos nórdicos de los del norte que vienen a echar el rato con los sureños del sur y cuando se van no paran de reírse, pero no precisamente de nuestros chistes. Qué fácil es sentirse un caballero andaluz cuando, en realidad, llevamos la cartera llena de sueños y la mente vacía de patrimonio, pues no tenemos vergüenza ni para reconocer que somos el hazmerreír de medio mundo, por eso me hace gracia cuando veo a alguien hablar de nuestra majestuosidad y nuestra noble jerarquía, y me da mucha pena ver que tratamos nuestra tierra como si de una prostituta se tratara. Quien olvida su pasado, de dónde viene y hacia dónde va, está condenado a vivirlo en el presente, que ya lo dijo Enrique Villegas: "Dice un refrán español, al mal tiempo buena cara, pues a ver si el refrán lo cambian porque ya estoy harto yo de tener buena la cara, y enfermo el corazón".


 
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