Cada tarde despierta de su sueño mediterráneo, costumbre desde la infancia. Se pone delante del espejo y se mira las arrugas concienzudamente, como temiendo que el paso del tiempo afecte a sus pensamientos, al igual que un reloj de arena consumido al que ya no se le puede dar la vuelta. Comprueba que todo va bien, que no es nada más que la vida proponiéndole otro pulso, otra pelea más y ya son muchas, pero no desfallece. Se enfunda en la camisa recién planchada por su mujer y con aire torero, como si aún contara 20 primaveras, se coloca la chaqueta y se aprieta la corbata. "Hay que comprar unas coderas nuevas" le dice María, "Bueno mujer, ya habrá tiempo..." Recoge su maletín, el de siempre, y le da un beso a su novia, la sigue viendo así y es que no puede evitarlo, la roza como la primera vez, no la percibe de otra manera, no la comprende de otro modo.
Y sale a la calle mirando siempre al horizonte, disfrutando del viento en la cara y haciéndole frente, aún no ha perdido la planta, eso piensa preparándose, concentrándose. Anda y anda casi paseando, como jugando a no tener prisa y sólo baja la cabeza cuando pasa por delante del auditorio, es su señal de respeto a tantos momentos vividos, a tantas tardes de gloria dentro de ese bendito templo que se levantaba enfervorizado ante su arte, no hace mucho que no se atrevía ni a pasar por su puerta.
Llega a su esquina junto a la plaza, todo a su alrededor son sombras anónimas que no cruzan miradas, máquinas deshumanizadas piensa. Se acuerda de aquella frase de Quino, de esa cuestión al aire que tanta gracia le hacía cuando no tenía preocupaciones: ¿No será acaso que ésta vida moderna está teniendo más de moderna que de vida? Se ríe de sus ocurrencias mientras afina su vieja guitarra, las demás las tuvo que vender, pero nunca aquella que le regalaron cuando era un simple niño de la posguerra y todos decían que tenía un don, que debía ir a estudiar fuera, cuántas cosas tuvieron que hacer sus difuntos padres para poder sacarlo adelante. "Es una batalla más, nunca he llorado, nunca me he rendido, nunca he pestañeado ante las circunstancias", se dice.
Y suena la primera nota, aquella de su amigo Joaquín que tanto echa de menos, aquella que lo transporta al mismo cielo, a su cara sin arrugas, a esas 20 primaveras y tantos sueños por delante, anécdotas de la vida ahora se observa postrado ante la mala suerte sin más arma que su experiencia y algunas canas de más. Nadie mira, nadie para, nadie conoce a nadie y esa melancolía lo transporta y lo motiva, improvisa y pelea con sus notas ante las inclemencias de la vida y con la ayuda de sus maltratados dedos a modo de alegóricas saetas siempre vence, siempre. Recoge su pequeño triunfo diario, no es mucho pero le da un poco a un niño que lleva un rato recogiendo chatarra en unos contenedores de al lado, ¿esto era el desarrollo?.
Ya vuelve a su casa relajado, sin nada más que decirse hasta que observa la tenue luz de su ventana, lleno de rabia piensa que creemos haberlo inventado todo, pero no somos capaces de recordar el amor, nos estamos perdiendo como en un sueño. En su eterna búsqueda de la felicidad jamás dejó de amar, pero ahora todos creen que el amor les pertenece y en ese mismo momento desaparece junto a la felicidad, como en un sueño. Ya solo piensa en María, es la que le saca las fuerzas todavía y no sabría qué hacer sin ella, se da prisa para volver a abrazarla como cuando eran inocentes, las coderas pueden esperar...