Asomado a la dejadez, respeto por costumbre visitar el Limbo, pensándome en duelo con el silencio. Con las piernas cruzadas, quizás apoyado a cualquier saliente, sostienen mis manos algún frasco lleno de reflexiones, como mantiene mi ensimismada mente un pulso más que perdido con la meditación. Es entonces y no por regla general, cuando la lucidez abre una cremallera en mi torso y me deja salir al exterior, desnudo y puro. Me observo en tercera persona cual Velázquez
ameninado, con la mirada perdida y la expresión distorsionada. Brilla la escena delante de mis narices y esa luz me bloquea a la par que empuja, pues no es la contradicción otra cosa que el leve empujón necesario hacia el imponente precipicio de la creatividad. Quizás sea una puerta por abrir, un interruptor por encender o una simple mota de polvo que es sorprendida y avergonzada en un inesperado claroscuro, pero supongo que la única manera de definir la inspiración es teniéndola, y eso dura un suspiro...