Soy amante de la radio, siempre lo he sido y cada vez más. Mis primeros recuerdos entre ondas me sitúan cualquier tarde de domingo, jugando en el salón del restaurante de mi vecino a Los Caballeros del Zodiaco. Mientras se recogían las mesas, en el hilo musical sonaba la pastosa voz de Pepe Domingo Castaño, supongo que con alguna cana menos y sin leyes antitabaco de por medio. ¡Qué maravilla Paco, qué maravilla!
Quizás esta manía mía de enfundarme unos auriculares y dejarme llevar por la voz de alguien, a quien me cuesta poner una cara que no sea la que yo imagino, no sea tan rara para el populacho. Pero con los años me da más miedo darle al ON de mi transistor, porque cada vez con más asiduidad me dirijo al dial de RNE, y eso significa que poco a poco me parezco más a mi padre. Él siempre ha gustado de irse a la cama con Radio Gaceta de los Deportes, que suena así como muy romántico, muy a Orson Welles con su viejo micrófono de la CBS, los tirantes sobre una inmaculada camisa blanca y la Guerra de los Mundos, sonando a todo trapo en aquel estudio, que ni el mismo H. G. Wells hubiera imaginado la que iba a liar aquel muchacho de sonrisa descarada.
Quizás me estoy volviendo un apolítico por utilizar nuestra radio pública, o quizás dejé de ser tan extremista y renuncié a ciertas partes de mi ideología para disfrutar de la concesión de otras, aún no lo sé. Pero sí le he sacado el gustillo a eso de coger mi transistor (maldita Blackberry que carece de sistema FM), y poder moverme con más libertad entre diales hacia "derecha e izquierda" de la ruleta del tuning, sin conocimiento de causa alguno ni ganas del mismo. El lunes pasado le tocaba a la COPE, supongo que la episcopal abre sus puertas a cualquier hijo de la tierra, pues es su deber católico. Me acoplé cual Robocop pijamero en mis molones y cálidos FoneStar, para escuchar la primera entrevista a Marta Domínguez, desde la Operación Galgo.
De Marta puedo decir poco, la critiqué tanto o más que cualquiera, supongo que la opinión pública es como un orco en busca de carnaza, y cuanto más huela más pesada será la digestión. Sería hipócrita no disculparse con la mejor deportista española de todos los tiempos, casi tanto como entrevistarla como si nada hubiera pasado, casi tanto como cambiar portadas de periódicos como quien chupa una piruleta. Pero ya los perdones no valen, porque una vez más nos va a demostrar, a base de ovarios, que quizás debería haber nacido en otro sitio para ser considerada la mejor. Porque sé que va a hacer algo grande en Londres, porque lo demuestra con cada palabra que suelta por su boca.
La de Palencia definió muy bien la sociedad actual casi sin querer, en una frase que me parece la más reseñable de toda la entrevista. Cuando el bueno de Alcalá le sugería la creciente importancia del "running" en este país, ella contestaba que cuando la gente sale de trabajar no tiene 9 amigos más para ir a jugar al fútbol-sala o al baloncesto, sólo les queda coger las zapatillas y salir a correr un rato. Yo que con los años me he vuelto más amante de este deporte, me di cuenta que tenía razón, que el sistema nos ha engullido hasta en algo tan terrenal como el propio deporte.
Y es que de la radio se aprende mucho, se entiende que es tan individual como hacer footing un rato, como irse a dormir con ella un lunes lluvioso o como hacer infinitos kilómetros de carretera, hacia un destino deseado. Nos educa en la reflexión y entrena nuestra imaginación. Mientras tanto, pierde audiencias que la cambian por la caja tonta. La misma que nos enchufa cada día a lo más bajo del sentir humano, a la falta de respeto por la cultura o lo colectivo. Esa misma que nos hace cómplices del banquete de la carnaza, de la crítica a quemarropa, la misma que entrevista a madres de asesinos de otras Martas, que no tienen culpa de ser víctimas de la hipocresía de la sociedad que hemos creado, o quizás sí. Habrá que hacerle caso a quien lo ha sufrido en sus propias carnes y menuda razón lleva, es para echar a correr.