lunes, 21 de mayo de 2012

Un día, un sobre de azúcar dijo:


"Hay personas que nos hablan y ni las escuchamos, hay personas que nos hieren y no dejan cicatriz, pero hay personas que simplemente aparecen en nuestra vida y nos marcan para siempre."

Supongo que este cuento trata sobre eso, es distante como el humo de una chimenea que deja un perenne negro sobre el blanco de la pared encalada, tan oxidado ya en la mente que esta es capaz de imaginar las lágrimas que pueden aparecer si se acerca demasiado. Como ese humo, flotamos preocupados por nuestras ilusiones, por sueños infundados en bienestar y nubes de algodón, sin aportar nada nuevo al mundo más que molestias y malos modos. Un grito sordo al aire que no hace nada más que rozar las cumbres de la soledad, que tiñe de blanca empatía nuestra forma de ver todo lo que nos rodea. 

Así de simple sería todo, si no fuera por las personas, por el sintagma que pueden llegar a formar la amistad, la familia o una simple sonrisa cruzada en una anónima calle con un anónimo semejante, todo eso es lo que nos hace humanos, seguimos siendo frágiles pero nos recuerda que, dentro de cada uno, hay un corazón que late al compás del de los demás. Siempre me he dado cuenta de los prejuicios que tod@s tenemos, sin querer observamos a quien nos rodea con suerte de tercera persona y, hasta que no lo reconocemos como alguien particular, común dentro de nuestra monotonía, no llegamos a sentirnos bien a su lado. Supongo que eso es madurar o tal vez sobrevivir, siempre hay reflexiones que no tienen respuesta.

Yo me encerré en mí mismo, otr@s lo llevaron a la amargura y, l@s que más, sólo pasaron página, es así, cada un@ soluciona sus problemas con la misma libertad que los elige, bueno no, eso no sería justo, quizás con el mismo libre albedrío con que le llegan. Cuando lo que nos une se para, cuando los corazones dejan de latir, sólo así es cuando aprendemos lo importante que es mantener el compás con el de al lado. Los cuentos ya sólo acaban bien en el cine, o en la pluma de algún escritor desquiciado, aquí abajo en el mundo real el único consuelo que nos queda es intentar endulzar lo amargo, para poder sobrellevarlo todo sin padecer un ataque de nervios. Saberse querido quizás sea el mayor regalo que existe, saberse recordado debe de ser la más bella razón de nuestro paso por este barrio y ya, lo dejo, porque no puedo seguir escribiendo...



A ML, por guardar los sobrecitos de azúcar, y a ti amigo, que siempre estás presente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

GENIO! QCORAZÓN MÁS GRANDE TIENES!

 
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