sábado, 21 de enero de 2012

¡CAI!

Una tarde como cualquier otra, más bien parecida a esta, hace ya seis lustros que un loco corriente fue bendecido una vez más por la musa y, siempre respetando sus raíces, quizás en alguna añeja peña de un empedrado barrio marinero, escribió en una servilleta, de esas con las que juega el levante en atardeceres como el de hoy, unos versos que quedarían para la memoria de su pueblo:

A Diana que es joven le pica, le pica.
Y Carlos le dice: ¿Te rasco gordita?.
¿Y que me haras por la noche?.
Guays, plais, guais, plais, mais.

¿Esperaban algo más serio, verdad? No es necesaria la lágrima fácil para intentar explicar la grandeza de un lugar, no son necesarios ni piropos ni sermones, que no llegarían ni a la cuarta parte de lo que ya se ha escrito, pues cuando la mayoría pensamos que le hemos dado la vuelta a la noria, el gaditano nos cuenta que hay un tornillo suelto en el eje.

Tantas cosas podría decir yo de Cádiz y de su carnaval que no tengo ni capacidad ni calidad literata para poder explicarlas. Desde niño cogía el transistor a escondidas, y pasaba las noches escuchando a esa gente tan curiosa cantando. Yo, que soy de tierra de trovadores, me quedé boquiabierto al admirar por primera vez el doble sentido de un romancero, mientras apaleaba las rimas en una esquina cualquiera. Yo, que no nací en La Viña, marco el compás de un 3x4 en cualquier sitio que puedo, como si de un mostrador se tratara. Yo, he visto a un señor muy serio y respetable, con sus patillas amarquesadas y su pulcra americana, subirse a un escenario y cantar tanguillos con dos coloretes pintados.

Si hasta sé de tía Norica, de los lavaeros y de un Charlot poeta y payaso a la vez. Pero aún así lo único que me sale de dentro para poder definirlo es aquello de "silencio, silencio, silencio, que esto es Cai, Cai; si no se te levanta el vello, esto es lo que hay..." pues no hay palabras que lo definan mejor. Con el paso de los años, he comprendido que le debo a esa ciudad mucho más de lo que nunca le podré devolver. Por su gente, por su arte, por su ironía y porque he madurado sabiendo degustarla.

Esta noche se abrirá el telón de nuevo y Momo reinará mientras doña Cuaresma se lo permita. Yo seguiré como siempre, con oreja y media atento a lo que se dice, a lo que se critica; a la voz del pueblo que ahora tiene la oportunidad de pasar revista y enrojecer a más de un@. Sin derrotismos, sin menosprecios, con la simple y humilde afición y buen gusto que conjuraron los grandes maestros. Como aquel bendito majareta que una tarde como la de hoy, con su antifaz de hojalata por escudo, cansado de las penurias del que cada día sólo es alguien más, se impuso la tremenda carga de que cada Febrero la cultura de su tierra siguiese viva y, aunque los años se hayan disuelto en el tiempo y la hierbabuena se le secara, su legado sigue vivo y su obra ha hecho un pacto con la eternidad; seguro no existe mejor premio que ese. ¡CAI!



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