miércoles, 9 de noviembre de 2011

Smokin´

Anoche atendíamos en calma al televisor de mi piso tras un largo día de actividades variadas. No había visto las noticias en todo el día y cansado observaba el discurso de los presentadores. Que si el debate del cambio, que si el final de Berlusconi, que si van a formar un nuevo gobierno en Grecia. Pasaban los teletipos sin ser capaces de levantarme una sola ceja, hasta que algo hizo que reaccionara: "Hoy ha fallecido el boxeador Joe Frazier", salí de mi somnolencia y balbuceé: "El primer hombre que tumbó a Ali", mi hermana me miró entre confundida e indignada y me preguntó resoplando: "¿De qué conoces tú siempre a este tipo de gente?"

No le faltaba razón. No escondo que soy amante de los perros verdes, ya he dicho más de una vez que de niño idolatraba a El Coyote y ansiaba el fin del Correcaminos. Me cuesta recordar cuánto mide Michael Jordan pero, de vez en cuando, repaso en mi mente el tiro que fallaron O´neal y Bryant para encumbrar a "ese extraño elemento llamado Horry". Disfruto con los duelos de Reggie "Miller-time" en sus pueblerinos Pacers contra toda la glamurosa Gran Manzana y un tal Spike Lee. La primera discografía que puse a descargar en mi vida, cuando aún era vanguardia aquel entrañable eMule, fue la de El Hombre de Negro. Y siempre he tenido a Scorsese en un pedestal hasta que ganó su Óscar, bueno en realidad de Martin seré siempre, con estatuilla y sin ella.

Ya que estamos en la tesitura del genio canoso de gafas de pasta, con su boxeo a lo Toro Salvaje y su violencia gratuita en el paquete, diré que si se tratase de un club privado y Joe Frazier quisiera ser aceptado, la frase adecuada de quien lo recomendara seria "es uno de los nuestros". Yo los defino como los pacientes, los silenciosos, sin mirar a nadie por encima aguantan todo tipo de embestidas hasta que llega su momento de gloria. O pasan una vida fracasando a un nivel sólo alcanzable para los genios incomprendidos. Tan capaces de demostrar aires de grandeza, como de convertirse en seres inapropiados, eso de la política y lo incorrecto que tanto usan los que se dedican a las labores de informar.

La biografía de Joe no es agradable de oír ni tiene un final feliz. Era el aspirante, lo fue durante casi toda su carrera, aspirante de la larga sombra que iba dejando tras de sí la figura de Muhammad Ali. Y es que estos dos hombres, uno sin saberlo y el otro provocándolo, iban a convertirse en el ying y el yang de la sociedad americana de los 70. Sociedad que estaba necesitada de una revolución liberal, racial y cultural, pues ya había llovido mucho desde aquel aullido de Ginsberg. Los ánimos entre las dos américas, la de Luther King o Malcolm X y la de los dixies y el KKK, eran una bomba atómica más grande que la que se increpaban entre yanquies y soviéticos, pero esa es otra historia.

Nunca me ha gustado el boxeo en demasía, hasta que encontré la vida y obra de Frazier. Hay que remontarse a la Guerra de Vietnam, por aquel entonces el gran campeón Muhammad Alí era odiado de este a oeste de su país. Se negó a formar parte del servicio militar y comenzó una lucha con el gobierno de los Estados Unidos por los derechos y libertades de la raza negra en este país. A The Greatest le quitaron la licencia de boxeador y le paralizaron su forma de vida y Frazier, que venía de ganar una medalla olímpica y que mientras tanto se proclamó en campeón de los pesos pesados, fue quien le ayudó a salir del laberinto en el que se había metido, más como un amigo que como un rival. No dudó en conseguirle medios a Alí para que aguantara el tirón y llegó a entrevistarse con Richard Nixon para remediar la situación. Claro está que lo que ambos querían era poder verse en un cuadrilátero, para demostrar quién era el mejor.

Tras la nueva "legalización" de Alí, la respuesta nunca fue de gratitud, como si nada hubiera pasado se mantuvo en su egocentrismo y sus malas maneras, quizás tenía miedo porque sabía que Joe podía derrotarlo. Y así fue, ambos se enfrentaron tres veces, las dos primeras se repartieron una para cada uno, y fue la tercera la que se considera el combate más grande de todos los tiempos, el Thrilla in Manila, más aún que el de Alí contra Foreman en Zaire.

En esta historia, la intrahistoria es aún más interesante. Reconozco que Cassius Clay ha sido un icono del deporte mundial, pero su comportamiento siempre me ha creado dudas. Es capaz de darle un tinte cinematográfico a la misma vida, con su imponente físico y su lengua de oro. Siendo joven luchaba por lo que creía y supo mezclar política y deporte como el más fino alfarero haría con el barro y la arcilla. Pero con Frazier, quizás guiado por ese miedo del campeón, se comportó como un niño pequeño. Siendo un gran defensor de los derechos de la raza negra, de sus valores y principios, hizo que la opinión pública viera en Joe Frazier a una marioneta del imperialismo americano. Lo llamaba gorila y aseguraba que se dejaba llevar por el hombre blanco, porque dudaba mucho de su inteligencia. Y es preciso decir que mientras Alí venía de una familia acomodada, gracias a la cual nunca tuvo que dedicarse a otra cosa que no fuese el boxeo, Frazier nació en campos de cultivo, trabajó desde niño y seguro que comprendía mejor que nadie aquello de las diferencias raciales. En resumen, Frazier era más negro que ningún otro negro americano.

Antes del Thrilla in Manila, la relación entre ambos ya era demasiado distante. Mientras Alí se dedicaba a relajarse, a gastar dinero en lujo y radicalizar cada vez más sus ideales musulmanes y separatistas, Frazier callaba y aguantaba, esperaba su momento. El combate duró 14 asaltos, ambos púgiles estaban al borde de un colapso o de algo peor y, aunque esperéis lo contrario, Frazier perdió porque su entrenador paró la pelea y Alí ganó por puntos. Justo cuando el árbitro levantaba la mano, Muhammad calló en redondo al suelo. Y es que Joe lo había castigado como nunca nadie lo había hecho. Le había dado una serie de golpes que hoy en día todavía se enseñan en las escuelas de boxeo. Nunca una derrota supo tanto a victoria.

Alí nunca fue el mismo y este fue el fin de su carrera. Frazier buscó de nuevo el título de los pesos pesados poco tiempo después y ganó todavía algunas peleas reseñables, casi ciego de un ojo y con las secuelas clásicas que deja recibir tanto golpe. Se retiró y montó un gimnasio en un gueto de Philadelphia, en la otra Norteamérica que su rival tanto defendía pero que, y es posible, jamás supo ni cómo olía. Ayer murió de un cáncer de hígado, antes ya le había dado tiempo a arruinarse. Es la historia triste de un deportista o quizás no, porque nadie puede negarle a "el chico que sacaba humo de sus puños" que supo esperar el instante, para demostrar que él no era una casualidad o alguien que pasaba por allí. Jamás me tomaría una copa con alguien perfecto, con alguien que sólo tuviera dientes blancos y acertadas palabras, pero con Joe me emborracharía hasta la saciedad. DEP.





Tapas de la Casa: Para quien esté interesad@ os dejo un par de buenos documentales sobre Alí y Foreman y sobre Frazier y Alí. Y sobre todo este circo social, por supuesto.


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