lunes, 14 de febrero de 2011

La Ley Sinde, en mi humilde opinión...

Sobre la famosa ley Sinde no me he pronunciado todavía en este blog, porque no creo que tenga ni autoridad ni conocimiento suficientes sobre la misma. Para hablar sobre un conflicto, con cierto conocimiento de causa, hay que saber qué lo provoca y analizar la postura de las dos partes enfrentadas. Yo no me considero un gran espectador, tanto en música como en cine suelo buscar lo que creo que me va a gustar y, si lo consigue, lo consumo bien sea comprándolo u ocupando una butaca en alguna de las muchas salas de cine. Y por supuesto, no soy un autor de medios audiovisuales, ni he sufrido en mis carnes la elevación a "dios de la cultura" que estos "creadores de sueños" disfrutan en sus propias carnes, además de la suculenta subida salarial correspondiente. Todo esto para empezar, me lleva a la pregunta de por qué los escritores, pese a llevar muchos más años en este mundo, nunca se han quejado de las copias "piratas" de sus obras pese a tener mucha menos repercusión mediática y económica en la sociedad actual, ahí dejo la cuestión para quien quiera pensarla.

Una vez aclarado que yo no soy nadie, valga la automutilación de mi ser pensante, sí que puedo ofrecer cierta opinión tan irrespetable como la de cualquier ciudadano de a pie. Para poner en situación, colocaré sobre la balanza las dos opciones que me parecen más interesantes y que pueden llegar a buen puerto:

Por un lado hablaré de David Bravo, a este señor lo conocí escuchando un disco del rapero sevillano Tote King, hace ya bastantes años, sobre una base musical se encontraba su voz explicando el excesivo uso de eufemismos en los medios actuales, siempre con cierto tono de humor ácido, al más puro estilo de un Woody Allen a la española. David es especialista en derecho informático y en las leyes de propiedad intelectual, es el máximo defensor de los consumidores, de esos "piratas del siglo XXI" que no dejan de ser médicos, abogados, albañiles, amas de casa... en general personas normales que se convierten en delincuentes anónimos para los defensores de la ley.


Por otra parte, está Álex de la Iglesia, un director de cine conocido por todos, uno de los mayores creadores de nuestro país en la actualidad y con una creciente popularidad en el extranjero. Hace pocos días, saltaba la noticia de que dejaba la presidencia de la Academia de Cine por la dichosa ley Sinde, no era moral mantener el puesto si no pensaba lo mismo que la ministra y sus amigos de la SGAE. Es de sombrerazo que alguien deje un cargo tan bonito (entiéndase bonito como cantidad de ceros en la nómina a final de mes) con lo divertido y bien visto que está eso de cobrar por salir en la foto, hay quien ocupa un cargo y hay quien se carga a las espaldas el peso de una ocupación.


Mi conclusión poco importará ya, pero es obligación para que el texto me quede bien. Me parece absurdo, y me saca una sonrisa de oreja a oreja, el intento de cortarle las alas a algo que es más universal que bostezar por las mañanas, la cultura. Quien intenta mutilar el traspaso de cultura de unos a otros, es quien no merece relevancia alguna, porque solo piensa en su beneficio, en la hinchazón de sus cuentas corrientes en el extranjero, y olvida que desde el "boca a boca" es donde se han vuelto eternas las grandes obras. Un buen filósofo sin nadie que lo escuche, se queda solo en filósofo. Todo esto me recuerda a aquellos versos de Manuel Machado, desde su trono bien ganado explicaba hace unos cuantos años el fascinante deseo de la mayor de sus satisfacciones, el anonimato de sus letras. Los hay ingeniosos y los hay genios:

LA COPLA

Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son,
y cuando las canta el pueblo,
ya nadie sabe el autor.

Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.

Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.

Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.
                            Manuel Machado.         

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