miércoles, 24 de noviembre de 2010

Soledad.

Eres tan marinera como mi propia alma, me representas como una actriz fracasada ante el papel de su vida. Tu no engañas ni te andas con chiquitas y me muestras mi cruda realidad, en el camino mi barquera sin pedir moneda alguna, que el destino se acompleja ante tu presencia porque arropas las emociones. Eterna compañera con silueta de mujer y cuencos de fría plata, haces al más rico pobre y al vagabundo rey por un instante. Recuerdas a todas esas mujeres que se reflejan en el espejo de mi vida, las de siempre, las de ahora y las que nunca volverán. Llenas mi cama de calor, de sueños inalcanzables y palpables pesadillas. Asustas y abrazas corazones, hasta tu crueldad se convierte en maternal cuando alguien desaparece para siempre, con tu frío aliento recuerdas que aquí nadie es nadie. Inevitable tu compañía y abordable tu melancolía, adviertes hasta a los más valientes que cuando sale la luna tu mandas. Armas una espada forjada de miedo y un escudo salteado con brillantes de creación, que con tu protección se ha inspirado lo más bello y se ha podrido lo más consistente. No eres mala ni buena, lo tuyo es la justicia y con una venda sobre esos cuencos no entiendes de diferencias. Por eso nunca me abandones, vieja marinera, que a veces es mejor tu compañía tan imponente que la de quien por no entender tu lealtad, ni se la merece.

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